sábado, 19 de diciembre de 2015

¿Dónde ponemos la capital del próximo país murciano?

Señoras y señores de Murcia y tierras colindantes: dadas las circunstancias políticas actuales no deberíamos perder más tiempo con minucias. Es hora de pensar qué hacer cuando España se desmiembre, algo que puede suceder muy pronto. Nuestra región de encefalograma plano ha de despertar y nos debemos plantear qué hacer con nuestras “lindes” (digamos, qué será y qué no englobado en nuestro nombre), nuestra estructura de estado (¿volveremos al reino de Murcia, a la provincia romana, a nuestra Cora de Tudmir, o seremos algo nuevo?), nuestra lengua, nuestra bandera, nuestro topónimo oficial y, aunque algo sin importancia alguna, nuestras políticas.

En esta pequeña disertación plantearemos dónde debería situarse nuestra capital, algo fundamental en cualquier país “hecho y derecho”.

Posibilidad 1: Cartagena

Ponemos Cartagena como primera posibilidad porque queremos hacerles la pelota es la ciudad con más protagonismo en la historia de nuestras tierras a lo largo de la misma. Por supuesto en nuestro estado Cartagena por fin sería provincia y mantendría sus tradiciones como su carnaval, su himno y su cacique local.




Posibilidad 2: Orihuela

Para ello tendríamos que anexionárnosla primero. Quizá dándole la capitalidad de nuestro país no tengamos que entrar en ninguna disputa con el País Valenciano. Total, todos sabemos que Orihuela es Murcia. Sería la posibilidad más romántica-cool, resultado de una reflexión retrospectiva colectiva de los murcianos sobre aquellos maravillosos años de la Cora en la que gentes de todas las religiones aparentemente convivieron sin muchos problemas en nuestras tierras.



Posibilidad 3: Polaris World

Aunque tendríamos que cambiarle de nombre por uno más “nuestro”, esta posibilidad es bastante atractiva. En nuestro país será tema obligatorio en las escuelas la historia reciente, no como en España, en donde la segunda república y el franquismo estaban al final del temario y el profesor nunca llegaba por mucho que no se cogiera la baja ningún día ni hubieran huelgas ni catástrofes naturales (como lluvia o granizo). Por tanto, qué mejor que colocar la capitalidad en una de las múltiples ciudades fantasma fruto de la especulación y la corrupción tan nuestras (famosas internacionalmente, además) y ya de paso darle algún uso. Otra opción es Mosa Trajectum, la cual podríamos renombrar como Yojan (o Llojan), en honor a aquel jugador-entrenador holandés que promocionó este cutre-impactante resort.

Posibilidad 4: Yecla

También sabemos que los yeclanos tienen cierta tendencia a considerarse distintos a los demás murcianos por esa cosa de no tener autovía directa con Murcia y utilizar palabras extravagantes como “borra” para referirse a la goma de borrar. Esta operación sería similar a lo que se hizo en Euskadi con Vitoria para que no se les fuera a Castilla y esperamos tendría un resultado bastante similar: la conversión de los yeclanos en muy murcianos y mucho murcianos.


Posibilidad 5: Murcia

Dejar la capital en Murcia sería un acto bastante conservador, pero como nuestra región es bastante conservera y, además, somos más agarraos que los catalanes (por muncho que los critiquemos) y nos dolería gastarnos dinero en trasladar todas las consejerías a otros lugares, con la de funcionarios que hay dentro y todo, quizá sería la posibilidad más realista. Eso sí, para no dejarlo todo como está, se le podría cambiar el nombre por el suyo original o, en caso de que el país se convirtiera en una dictadura comunista, llamarla directamente “Ciudá Capital”.

Estas son las cinco posibilidades con más fuerza, pero por supuesto estamos abiertos al debate, así que si algún espabilado tiene ideas más revolucionarias (o rancias) que estas, que no dude en ofrecérnoslas. O quizá hasta podríamos ser un país sin capital.


Saludos, queridas y queridos murcianos.

miércoles, 10 de junio de 2015

Círculo

Esa mañana Francisco José (J.) Moreno se sentía algo más cansado de lo habitual. Cruzó la calle y se dirigió hacia uno de los bancos que el partido laborista había instalado recientemente, justo antes de las elecciones municipales, en Parker's Piece. No tuvo que levantar la cabeza para mirar al cielo que, como siempre, se abalanzaba, pesado y gris, como siempre también, hacia los ojos tristes de los que han residido más de cierto tiempo en Cambridge. Las nubes más oscuras que se desplazaban, implacables, desde el horizonte de Francisco J. hacia detrás de los edificios que quedaban a su espalda le hicieron plantearse por un segundo, o quizás menos, el funcionamiento de las borrascas, y Francisco J. se sintió avergonzado de no acordarse de qué era aquello del anticiclón de las Azores que aprendió de pequeño en la escuela, de si su influencia era aplicable a las islas británicas y de no haberles sacado más tajada a tantos años de conversaciones sobre asuntos meteorológicos. Una vez sentado en el banco, alargó el brazo para coger un periódico gratuito que alguien había dejado sobre una de las flamantes nuevas papeleras, laboristas también, y se lo puso sobre las piernas. Más que las noticias sensacionalistas sobre asesinos, violadores y famosos borrachos, lo que le gustaba a Francisco J. de manosear el periódico eran el tacto y el sonido del papel. Y eso era suficiente. 

De repente, amenazando a Francisco J. y su periódico gratuito, el cielo empezó a deshacerse en gotas microscópicas. Francisco J. sacó entonces un pequeño paraguas de uno de los bolsillos de su chaqueta y lo abrió con orgullo, consciente de sus grandes reflejos, aunque rápidamente pasó a sentirse ridículo, allí sentado en un banco que se iba impregnando de agua excepto en el espacio circular que quedaba por debajo de su paraguas. Sin embargo, algo hizo a Francisco J. dejarse llevar, cerrar los ojos, echar su cabeza hacia atrás y, poco a poco, dejar de sentir la fuerza de las palpitaciones de su corazón. Fue entonces cuando un golpe de viento se llevó el paraguas y cuatro páginas del periódico gratuito. Y allí, en aquel círculo de banco cada vez más indefinido, se quedó, en el sentido más romántico del verbo "quedarse", Francisco J.

sábado, 9 de mayo de 2015

Una campaña electoral muy diferente


Acaba de empezar la campaña electoral en España. "Elecciones" municipales y autonómicas (breve apunte: que las elecciones autonómicas sean en casi todas las autonomías a la vez me parece una pantomima). Y yo, que llevo ya más de cuatro años lejos de nuestras fronteras, me dispongo horrorizado a cerrar Twitter y dejar de leer la prensa hasta dentro de un mes. No sé qué me llevó a pensar que aquella manera de masacrar a la gente a base de pegadas de carteles -con fotos llenas de filtros de los "líderes" locales y supremos -, buzoneos masivos, coches pintados de colores con altavoces al estilo "afilador", decoración de farolas, abordaje en los parques y demás ranciedades, había pasado a mejor vida. ¿No había llegado la era del cambio? (breve apunte: el cambio debe de ser la palabra más prostituida en política después de "democracia" y "libertad"; ¿hay algo que no sea cambio? Incluso la misma persona con un peinado distinto supone un cambio, me imagino). Peor, todo aquello, tan años noventa, ahora nos entra por vía intravenosa a través de internet, y a un ritmo totalmente inabsorbible, lo que no deja de ser sorprendente porque al mismo tiempo hay una ausencia total de debates políticos, de programas de televisión didácticos que intenten educar democráticamente al pueblo, o de entrevistas a los candidatos con preguntas medianamente inteligentes.

Todo esto me anima a compartir lo que he experimentado durante las últimas semanas en Cambridge con motivo de las elecciones generales británicas (breve apunte: en esta ciudad también se elegía a un tercio de los concejales del ayuntamiento; este sistema me parece bastante interesante porque va por barrios y porque cada año hay elecciones en las que se reelige parte de los representantes de cada uno).

No podemos decir que la campaña en este país no haya sido mediática. Ni tampoco que los británicos no sean centralistas. Nos hemos tragado a David Cameron y al muñeco Ed Miliband hasta en la sopa. Pero la cultura democrática de este país está muy lejos de la caspa que envuelve todas las cosas en España. Prácticamente a diario teníamos a los candidatos de los partidos más importantes (no sólo Conservadores y Laboristas, sino también Verdes, Nacionalistas Escoceses y Galeses - Irlanda del Norte quedaba casi siempre fuera por razones que merecen un análisis aparte -, UKIP y Liberales Demócratas) debatiendo entre ellos o frente a periodistas de distintos medios. No es que crea que un candidato a primer ministro tenga que tener una imagen o discurso determinados (la verdad estoy un poco harto de la cultura del palabrerío vacío "hiperpretencioso" que tantas veces he tenido que sufrir en el mundo de la ciencia), pero sí que ayuda a entender un programa político que te lo expliquen bien y claro, y estas apariciones en los medios claramente supusieron la autodestrucción de Ed Miliband y la ascensión a "salvadora de los desamparados" de Nicola Sturgeon, por ejemplo.

Sin embargo, paralela a todo ese despliegue mediático, la campaña electoral en las calles (de Cambridge, al menos) me ha parecido elegante, respetuosa y digna de admiración. Y eso era lo que en principio yo quería contar aquí antes de mi ataque verborreico. Ya sabemos que "en el norte" la gente es un pelín más reservada que los mediterráneos. Concretamente, en Britania la libertad individual es una de las máximas socioculturales más máximas (breve apunte: eso de que el liberalismo está de capa caída por la debacle de los LibDems no se lo cree nadie). Por eso, en vez de la invasión de mal gusto, aquí se estila lo siguiente (véase foto de mi calle):




Cada persona expresa su deseo de apoyar a uno u otro partido de manera libre. No deja de ser propaganda (y supongo que habrá cierta presión desde los partidos políticos para que la gente haga este tipo de manifestaciones y cierto presupuesto para la fabricación y reparto del cartelamen), pero al menos todo queda en manos de particulares. Además, otra cosa que me llamó la atención fue el hecho de que se pidiera el voto para los candidatos a representar a Cambridge en el parlamento (breve apunte: en el Reino Unido hay 650 distritos y en cada uno se elige como "Common" (diputado) al candidato más votado, lo que no me parece del todo justo porque no es un sistema muy representativo así a nivel global) y nunca jamás para los líderes. Es decir, las calles han quedado totalmente exentas de los caretos de Miliband, Clegg, Cameron y compañía. Esto me parece importante, ya que en un sistema tan centralista, está bien recordarles a las personas que quien actuará en nombre de su comunidad en el parlamento será una persona de dicha comunidad. Así, uno pudo aprender quienes eran Julian Huppert o Chamali Fernando (supongo que es de democracias "avanzadas" que ciudadanos de origen inmigrante sean candidatos por el partido conservador) y el apoyo "popular" de cada uno en los recurrentes paseos desde casa al trabajo y viceversa.

Vote señora "Fernando", candidata conservadora. No, vote Labour.
El único cartel que encontré del UKIP en mi excursión en bici por Chesterton. Las cortinas de ganchillo son reveladoras.
Otro de los verdes, pero este encaja más con los prejuicios.
Sin duda, esta manera de hacer política es interesante, pseudocercana y mucho menos agresiva para nuestra salud mental y el medio ambiente. Ojalá se exporte a España (¿aceptarían nuestras gentes, todavía reprimidísimas por el efecto "transición", salir del armario político? O mejor, ¿serían nuestras gentes capaces de respetar esas declaraciones?. Todo se verá).