domingo, 15 de diciembre de 2013

Viaverdeando


Después de unas semanas de asimilación, me decido a escribir un breve resumen sobre mi experiencia en la Vía Verde del Noroeste (de la Región de Murcia). Aprovecharé así para destruir definitivamente la redacción que había empezado sobre este mismo tema hace unas semanas, ya que era un auténtico coñazo. A veces los detalles sobran, y como no soy precisamente Julio Cortázar, me bastará (supongo) con dar un par de pinceladas sobre mi viajecillo para generar en el lector (el único lector, o sea, yo mismo) una vaga idea de lo que uno se puede encontrar en la dichosa vía. Aclaración: el trayecto de la vía del noroeste (ex-vía ferroviariamente hablando) que nos marcamos mi hermana y yo a primeros de noviembre es el que va de Espinardo a Mula. Es decir, nos dejamos el noroeste de la vía del noroeste para la siguiente ocasión.

Vamos al tema.

Sorpresas positivas

1) La vía en sí al comienzo. Encontrarse un día soleado mientras uno pedalea, aún sin cansancio acumulado y al 200% de motivación, a señores mayores en bici, señoras en chándal rosa, gente paseando al perro y demás personajes autóctonos transitando porque sí desde Espinardo hasta la Ribera de Molina, es realmente reconfortante.

2) El síndrome del expatriado-falso turista, que nos transforma la percepción visual y nos hace calificar de bellos pueblos como la ya mencionada Ribera. Y es que cuatro casas viejas alrededor de unas piteras y unas paleras me producen (actualmente) ganas de llorar de emoción. "Esto me recuerda a Turquía", creo que le dije a mi hermana, que creo que pasó un poco de mí (porque ella no ha salido de Churra aún, la pobre).

3) Campos del Río. Como me cantaba mi padre cuando era pequeño (cuando yo era pequeño): "Campos del Río es un pueblo muy bonito, porque allí viven los abuelos de Juanito...". Y es que Campos es, a mi parecer (y un poco por el síndrome que he descrito en el punto 2), el "diamante en bruto" del interior de la Región. Espero que siga "en bruto" durante mucho tiempo y me alegro infinitamente de que la gentuza que ideó (y casi ejecutó) la locura de "Trampolín Hills" se hundiera con el proyecto.

4) Los maravillosos paisajes de la cuenca del Río Mula. Aquí no hay síndrome que valga. En el tramo Campos del Río-Albudeite-Mula nos paramos unas doscientas veces para mirar los barrancos con la boca abierta (véase foto).




5) Las gentes de la Región que uno se encuentra en la vía y con las que es fácil interaccionar, desde a) el señor gordo con música maquinera de los noventa e indumentaria ciclista profesional que nos rescató en Alguazas (véase la siguiente sección) hasta e) la señor(it)a de Mula que confundió a mi hermana con una "cría" del pueblo y que modificó su trayecto hacia el Mercadona para acompañarnos a la estación de autobuses, pasando por b) el señor mayor de Campos que nos preguntó si estábamos comiendo cuando estábamos comiendo en la replaceta del final de la Calle Murcia, c) el grupo de señoras jóvenes que querían llegar a Bullas andando en tiempo record o d) el grupo de señoras que criticaba al grupo de señoras jóvenes de c) por ser unas inconscientes.

Cosas mejorables

1) La salida de Alguazas. En varios sitios había leído que la salida de Alguazas era, digamos, conflictivilla. Cuando entramos en el pueblo comenzamos a ver flechas por todos los sitios, por lo que pensé que las "autoridades" (quienquiera que sea la autoridad que maneje la vía) habían puesto solución al tema. Pero no. De repente nos encontramos pedaleando en la carretera comarcal que va a Campos, que no está muy preparada para el ciclismo de ocio (aunque tiene arcenes anchos, la verdad). Menos mal que allí nos encontramos con el señor de la música maquinera-noventera que, muy amablemente, nos guió hasta que nos pudimos reenganchar a la vía a la altura de la depuradora. La cosa es que nos perdimos un tramo de la vía verde, lo que al parecer no estuvo mal del todo, ya que el señor maquinero nos dijo que por ese trozo hay "perros y capullos".

2) La depuradora. Ya sé que las depuradoras hacen falta en el mundo actual, y veo normal que se las lleve lejos de los núcleos de población, pero claro, no es muy agradable respirar sus efluvios mientras uno hace deporte (o se le pincha una rueda, como al pobre italiano con el que nos encontramos en aquel paraje). Y no me quiero imaginar lo que es pasar por allí en agosto.

3) La entrada a Campos del Río. No le encontramos mucho sentido a ese tramo: cuestas vertiginosas, sendas que se estrechan en la maleza hasta desaparecer, desvíos por polígonos industriales abandonados... Es una lástima que aquello esté así con las zonas tan impresionantes que hay alrededor.

4) El diminuto tránsito. Y es que, pasada La Ribera de Molina, los caminos estaban prácticamente desiertos de gente. Aún así sorprende ver a alguien utilizando la vía con la escasa publicidad que se le da (nadie de mis amigos sabía de su existencia y yo mismo la había descubierto leyendo el blog de Miguel Ángel Ruiz en La Verdad). Mi deseo, supongo que una "miaja" utópico, es que "desde arriba" se potenciara un poco el turismo rural y sostenible en la Región. Aunque quizá no tengamos que esperar siempre a que se muevan los "de arriba" (nos podemos morir esperando). Como dice un amigo de Cambridge, llevar a los "guiris" a Campos (o a Albudeite) a que vivan el provincianismo español en todo su esplendor sería un puntazo, sobre todo si se promueve que interactúen con la gente autóctona y se les da bien de comer. Habrá que estudiarlo.

5) ¿Qué ha pasado con la agricultura en Campos del Río? Es deprimente asomarse desde la replaceta de la calle Murcia al Río Mula y ver todos los árboles secos. No me valen las excusas de que ya la agricultura no da dinero (aunque realmente no lo dé). No se puede potenciar el turismo de interior si no se preservan las actividades que se han desarrollado en la zona desde hace siglos.

6) El tema del autobús. Nosotros nos volvimos de Mula a Murcia en autobús, lo que es perfectamente factible. No nos pusieron problema para meter las bicis al maletero del autocar y el viaje no era muy caro, creo recordar. Pero señores de Costa Cálida, sería ligeramente conveniente que pusieran sus tarifas y horarios en internet, que estamos casi en 2014 y no cuesta mucho esfuerzo. Esto me lleva a pensar que, desgraciadamente, mi deseo del punto 4) está bastante lejos de hacerse realidad.

Conclusión

El éxito de la Vía Verde del Noroeste (y de cualquier otra iniciativa similar) está en nuestras manos. Yo animo a todos a salir a tomar el fresco (o la solana) a uno de los tramos de la Vía Verde y dejarse conquistar por la belleza casi virginal de la Región de Murcia. ¡Enga!

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miércoles, 20 de noviembre de 2013

Romanticismo forzoso



Y nuestros cuerpos se tocaron. Al principio me puse nervioso, pero después de dos segundos me dí cuenta de lo agradable que era percibir su temperatura a través de la ropa y me tranquilicé. Para reprimir la ansiedad que me suponía el recordar que hacía lustros que llevaba, inexplicablemente, evitando cualquier contacto físico, decidí cerrar los ojos y dejarme transportar por los movimientos de su barriguilla, que  a su vez seguían el ritmo de su respiración. Como había leído en algún sitio, si no fuese por la influencia de los medios de comunicación, que nos bombardean con imágenes de figuras esculturales, disfrutaríamos más del juego que dan los cuerpos blanditos. Sí, también pensé eso durante un instante. En el instante siguiente él pareció sentirse incómodo y pasó su brazo, que había quedado aprisionado entre su barriguilla y mi jersey, por encima de mi hombro, buscando un agarre inexistente. Finalmente me cogió del brazo. Lo miré y él me sonrió con complicidad. Casi con total seguridad estábamos pensando lo mismo. Hay situaciones en las cuales, no sé si por “instinto”, todos los humanos reaccionamos de la misma manera. Se puso rojo. Le dije que no se preocupase. Y automáticamente desviamos nuestras miradas hacia otras direcciones. Obviamente, todavía no teníamos la confianza suficiente como para aguantarnos la mirada más de unos segundos. Eso lleva semanas. O más. Sobre todo para la gente asocial como yo. Después olí su pelo. La verdad es que no olía a champú. Recordé lo que mi madre decía sobre lo malo que es lavarse el pelo todos los días y asumí que él le había hecho más caso a su madre que yo a la mía. Me reí. Él me miró y se rió también, pero esta vez casi con total seguridad no estábamos pensando lo mismo. ¿O sí? Probablemente no, porque su nariz quedaba bastante lejos de mi pelo. Es igual. El caso es que de repente me agobié. Y él se percató, supongo que por mi careto, que es demasiado expresivo. Todo el mundo lo dice. Por suerte, ya habíamos llegado a Ríos Rosas, según la señora de voz neutra de la megafonía. Se bajaron como trece personas de golpe, con cuidado de no introducir el pie entre coche y andén, aunque Ríos Rosas no está en curva. Y en un abrir y cerrar de ojos, todos los individuos que permanecimos en el vagón nos redistribuimos según las leyes de la entropía. Y nuestros cuerpos dejaron de tocarse.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Boston


Escrito en Boston una noche de la segunda quincena de marzo de 2012 (soy malísimo para las fechas)

Aquí me encuentro, en un restaurante de comida rápida, dejándome recomendar por el adolescente americano que me atiende y pidiendo un sándwich de pavo y alcachofas. Estoy inspirado. Quizá estaba predispuesto a ello, habiendo decidido salir con prisas de lo que yo llamo (sensacionalistamente hablando) mi “office” de Harvard, coger un autobús (el 66) y parar en Coolidge Corner para ver “Chico y Rita”. Pero no ha sido esto lo que me ha inspirado, ni siquiera el teatro donde la he visto o la zona (muy bonita) donde éste se encuentra, sino una combinación de sensaciones físicas derivadas de la buena temperatura que hace estos días en Boston. Y es que me doy cuenta de lo importante que es el calor para mí (en lo que a psicología se refiere). El calor hace que los olores se huelan más, la luz hace que los colores se vean más. Y me siento libre, como el resto de la gente con la que me cruzo por la calle. Y uno empieza a pensar que podría caminar toda la noche, perderse, olvidarse de todo, sin que pasara absolutamente nada.

martes, 12 de noviembre de 2013

Mi abuelo y el barrio chino de Barcelona


Dice mi abuelo que en el barrio chino de Barcelona hay tiendas muy raras. Que por ejemplo, si a tu muñeca se le rompe un brazo puedes encontrarle recambio allí. Según mi abuelo, el barrio chino está muy bien para pasar el rato, pero hay que andar con cuidado ya que a él una vez le robaron la pluma. “Amigo, te compro esa pluma que llevas ahí”, rememora mi abuelo señalándose el bolsillo de la camisa. “No, hombre, no la vendo. La necesito yo.” “Pues mira lo que te digo. Cuando salí del barrio ya no llevaba la pluma. Hay que ver lo bien que lo hacen, es que no te das ni cuenta”. Y se ríe. Otra de las veces estuvo a punto de que se la colaran los trileros. “¿No los has visto nunca? Es increíble cómo mueven la bola de rápido. Y claro, encima utilizan un gancho y te atrapan”. “Yo sabía dónde estaba la bola...¿o era una piedra?...”, duda mi abuelo por un segundo. “El caso es que iba a echarles unas monedas pero uno que me estaba viendo me dijo: eh, tú, que te llaman por allí”... “ni se te ocurra”. “Y luego nos fuimos a tomarnos un café para disimular”, concluye con mueca de “es lógico”. Todo esto pasa en el barrio chino de Barcelona, según mi abuelo.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Buscando la humillación



Ayer por la noche, cuando volvía de malgastar dos horas de mi vida dando vueltas por la ciudad, y buscando una especie de lapidación personal que me empujase aún más al negativismo absoluto, decidí jugar a un juego. Mientras caminaba, miraría a los ojos a todas las personas con las que me cruzase y contaría cuántas me devolvían la mirada y cuántas pasaban de mi careto. 0-1, 0-2, 0-3 … Cuando la cosa estaba 0-9 y ya buscaba que la goleada fuera aún mayor, con esa especie de sadismo de aficionado de equipo de fútbol que busca justificar su enfado y sus ansias de cambio con la excusa de la propia humillación, resulta que me miró una chica. Solo fueron unos segundos, pero me penetró de tal manera, como si hubiese querido preguntarme “¿qué coño te pasa, criatura?”, que no me quedó otra que sonreírle. Por supuesto, decidí terminar el juego.

domingo, 11 de agosto de 2013

Privatización del gobierno y libertad de empresa


Muchas veces, debido a la desesperación que me producen ciertas noticias políticas, me ha rondado por la cabeza una especie de idea (llamémosle “paja mental”) que, de llevarse a cabo de manera decente (soy consciente de que esto es imposible), podría proporcionar una solución interesante a determinados conflictos (me refiero a conflictos verdaderos, no a la tontez de Gibraltar, por poner un ejemplo de tontez). Esta idea consiste en la simultaneidad de gobiernos. Simultaneidad no sólo temporal, sino también espacial. Y aviso, lo que voy a proponer puede parecer vomitivamente neoliberal. Sin embargo, tal como están las cosas, no creo que esté de más aportar una mierdecilla extra al mundo de los inventos políticos lamentables. Cuando digo “tal como están las cosas” me refiero a la ola de políticas pro-privatizadoras de todo como “motor de la economía”, “motor de libertad” y demás motores. Pues eso, como yo siempre he sido un gran defensor de lo público, reniego de mí mismo, me tiro un bloque de hormigón encima y propongo la privatización del gobierno entero. Es decir, que el gobierno funcione totalmente como una empresa. De una punta a la otra. Hala. Ya'stá. Y por supuesto, nada de monopolios. ¡Libertad de empresa!. Así, al igual que uno elige compañía de telefonía (vale, este ejemplo es chungo, pero es un ejemplo), uno podría elegir a su gobierno. Que uno es socialista, pues que contrate al gobierno socialista. Que uno es neoliberal, pues al gobierno neoliberal. Y así con anarquistas, centrocentristas, socialdemócrataconservadores, etc. En vez de elecciones cada cuatro años, uno podría cambiarse de gobierno en unos minutos. En la era de internet (y del dinero hipotético) no creo que fuera muy difícil cambiar las cotizaciones de un sitio a otro. Eso sí, nos tendríamos que portar bien y dejar la manía esa de intentar imponer nuestra ideología a los demás. Bueno, y no ser tan cutres como para que todos los gobiernos entraran en quiebra simultánea. Pero con la generación más preparada de la historia de España (y del universo), eso no pasaría nunca. ¿A que no?.

jueves, 11 de julio de 2013

Mi primera vez

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Homenajeando a la gran Clara Plath, creadora talentosa de nuestra tierra (como pocos), me desvirgo en el mundo de los blogs. Me encuentro nervioso. Normal, siendo mi primera vez. Uno siempre quiere estar a la altura (a la altura de no sé qué), y eso es casi imposible al comienzo. Y si uno lo consigue (estar a la altura), menudo coñazo. No me gustaría ser como esos que escriben su ‘obra’ en su juventud y después se pasan la vida frustrados. De todas formas, para ser honestos, yo ya me encuentro frustrado (sin obra ni ná, que a la Tesis me niego a considerarla tal cosa). La verdad es que no recuerdo bien cuándo me llegó esta frustración. Yo creo que nací ya con ella (aunque mi psicoterapia haya estado orientada a quitarme de la cabeza la idea de la depresión genética transmitida de generación en generación por línea femenina materna). Da igual. La cosa es que hoy, en uno de mis momentos introspectivos no productivos (me niego a llamarlo ‘procrastinación’, que suena demasiado culto para lo que son mis fases de vacío intelectual), he decidido que debería hacer algo con mi insatisfacción vital, y lo único que me ha venido a la cabeza es abrirme un espacio en internet y eyacular mis pensamientos (lejos del mundanal ruido 'feisbuquiano'). No creo que sea una gran solución, pero quizás me venga bien. Si no me frustro intentando ‘desfrustrarme’ lo consideraré un gran éxito personal. Y ya si alguien considera útiles mis paridas mentales para engendrar algún pensamiento, le colgaré unas medallas a mi ‘yo’ competitivo autorreprimible. Pues venga, ya está (las primeras veces suelen ser muy cortas). La siguiente vez escribiré algo menos fútil.