viernes, 2 de diciembre de 2016

Unos pocos comentarios inconexos sobre "Vamos a comprar mentiras"

Vuelvo al blog para ponerme a prueba. Últimamente uno se pasa demasiado tiempo en formato de cientoypico caracteres y, la verdad, aparte de enviar a Rita al otro barrio, hay que asumir que poco se puede mover con un "tuit", ni siquiera con esos en plan ristra de chorizo. Y mis pensamientos de estos días se merecen algo más. La razón: el libro que más rápido he leído en los últimos años, que no es otro que "Vamos a comprar mentiras", de José Manuel López Nicolás.


No me voy a poner a diseccionar el libro, ya que soy demasiado disperso y demasiado poco letrado para tal labor, pero sí quiero dejar por escrito algunos comentarios superficiales, la mayoría positivos pero también algunos negativos, sobre este interesante "manual".

En "Vamos a comprar mentiras", López Nicolás no se va por la tangente (a diferencia de lo que estoy haciendo yo ahora) a la hora de desenmascarar a todos los actores del fraude de la publicidad engañosa: nos pone ejemplos concretos, nos da nombres (critica hasta a algunos científicos) y nos explica la composición de muchos productos, enseñándonos a interesarnos por lo que consumimos. Yo mismo me he visto esta mañana echándole un ojo a mi desodorante (y comprobando que contiene hidróxido de aluminio) y hablándole a mi pareja del resveratrol y la milonga del "dos copas de vino al día". En resumen: el librico te remueve. Es eficaz (para quien lo lee).

Que el libro se lea tan rápido es también un buen síntoma. El autor tiene soltura, a pesar de unos cuantos chascarrillos algo "demodés" y unos bastantes "soy de los que piensa". No es quizá un libro profundo o con multitud de información científica. Está hecho, supongo, para llegar a todos los públicos y educar, proporcionando una serie de herramientas para que el lector sepa analizar, criticar y tomar decisiones de una manera más objetiva. Por esta razón yo creo que es un libro necesario y un buen ejemplo de lo que debería ser la divulgación científica.

En su contra quiero expresar algunos puntos, aunque siempre de manera totalmente constructiva. Como científico me preocupa bastante lo que ocurre "puertas adentro" en nuestro mundo profesional. Aunque es verdad que el autor da ejemplos de algunos científicos o instituciones que han mostrado un comportamiento poco ético (en relación a la concesión de su prestigio a determinados productos a cambio de financiación; algo que ya es muy grave), no hace suficiente hincapié, supongo que por miedo a manchar nuestra "reputación" ante tanta gente, de lo esencial que es la buena práctica científica. Cuando se hace mala ciencia (lo que es mucho más normal de lo que la gente piensa) y nos aprovechamos del terrorífico sistema de publicaciones, contaminado por la avaricia y la ambición de algunos, acaban viendo la luz verdaderos engendros de artículos que, unidos a esa tendencia macabra de los medios de comunicación por hacer noticia de todo, se llevan por delante todo el esfuerzo de siglos de trabajo de la comunidad. Por esta misma razón, me pone algo nervioso la insistencia de López Nicolás en el mensaje "confíen en los científicos". Pero supongo que es mejor no meterse en esos huertos.

En relación con esto último, también he echado en falta una descripción algo más detallada de lo que es la EFSA ("European Food Safety Authority"), ya que en ella se basa toda la regulación vigente sobre los alimentos que compramos. "Confíen en la EFSA" es también un mensaje principal del libro, pero ¿quién compone exactamente la EFSA? ¿Está politizada de alguna manera? ¿Cómo se eligen los científicos que forman parte de ella? ¿Cuántos artículos hacen falta para que se apruebe o prohiba la venta de un producto? ¿Valen artículos de todas las revistas?

Una empresa necesita demostrar científicamente que el alimento que ofertan produce (en su conjunto) lo que reclama en su eslogan, lo que a veces puede llevar años de investigación. Eso lo tenemos claro. Sin embargo, el mensaje que se da para los cosméticos es distinto. Si no se ha demostrado que alguno de sus componentes sea nocivo, se puede vender. Pero, ¿qué pasa con el "conjunto"? Además, para sacar conclusiones sobre la inocuidad de un producto químico también hacen falta años de investigación. Para combatir realmente la quimiofobia, hay que ir más allá del "no hay papers que digan que X es dañino, pero si los hubiere, se retiraría del mercado inmediatamente". Ahora mismo no se me ocurre cómo abordar este dilema, pero es algo que me inquieta y creo que sería interesante reflexionar profundamente sobre ello para tener argumentos en nuestra guerra por el rigor científico. Mientras, podemos seguir leyendo en wikipedia cosas como estas:



Espero que, en cualquier caso, este libro llegue a mucha gente y que se genere un intenso debate público sobre la publicidad. Yo soy bastante negativo/catastrofista al respecto porque el mundo empresarial es demasiado poderoso y con los principales actores políticos europeos y españoles no hay nada que hacer a corto plazo, pero "con tó y con eso", "Vamos a comprar mentiras" me ha alegrado la semana.

Una última crítica, antes de que se me olvide: ¿Por qué sale un pintalabios en la portada?

Salud. Y tralará.




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