Ayer por la noche, cuando volvía de malgastar
dos horas de mi vida dando vueltas por la ciudad, y buscando una especie de
lapidación personal que me empujase aún más al negativismo absoluto, decidí
jugar a un juego. Mientras caminaba, miraría a los ojos a todas las personas
con las que me cruzase y contaría cuántas me devolvían la mirada y cuántas
pasaban de mi careto. 0-1, 0-2, 0-3 … Cuando la cosa estaba 0-9 y ya buscaba
que la goleada fuera aún mayor, con esa especie de sadismo de aficionado de
equipo de fútbol que busca justificar su enfado y sus ansias de cambio con la
excusa de la propia humillación, resulta que me miró una chica. Solo fueron unos
segundos, pero me penetró de tal manera, como si hubiese querido preguntarme
“¿qué coño te pasa, criatura?”, que no me quedó otra que sonreírle. Por
supuesto, decidí terminar el juego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario