Escrito en Boston una noche de la segunda quincena
de marzo de 2012 (soy malísimo para las fechas)
Aquí me
encuentro, en un restaurante de comida rápida, dejándome recomendar por el
adolescente americano que me atiende y pidiendo un sándwich de pavo y
alcachofas. Estoy inspirado. Quizá estaba predispuesto a ello, habiendo
decidido salir con prisas de lo que yo llamo (sensacionalistamente hablando) mi
“office” de Harvard, coger un autobús (el 66) y parar en Coolidge Corner para
ver “Chico y Rita”. Pero no ha sido esto lo que me ha inspirado, ni siquiera el
teatro donde la he visto o la zona (muy bonita) donde éste se encuentra, sino
una combinación de sensaciones físicas derivadas de la buena temperatura que
hace estos días en Boston. Y es que me doy cuenta de lo importante que es el
calor para mí (en lo que a psicología se refiere). El calor hace que los olores
se huelan más, la luz hace que los colores se vean más. Y me siento libre, como
el resto de la gente con la que me cruzo por la calle. Y uno empieza a pensar
que podría caminar toda la noche, perderse, olvidarse de todo, sin que pasara
absolutamente nada.
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